Familiares de Genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia.

“Entonces surgió una nueva voz. Inesperada. Incómoda para los propios genocidas, sorpresiva para los sobrevivientes, pero irremplazable y fundamental para la sociedad que había sufrido esos crímenes que al fin empezaban a juzgarse.

Así como durante la dictadura las Madres y Abuelas de la plaza les preguntaban a los genocidas dónde estaban sus hijos y sus nietos, tres décadas más tarde otras mujeres, más jóvenes pero con la misma determinación que las primeras, también comenzaron a hacer preguntas: “¿por qué te acusan de asesino? ¿por qué estás preso, papá?” (...)

Y empezaron a desconfiar. Así, poco a poco esas hijas, a las que luego se unieron hijos y hermanos, fueron descubriendo que no había habido una guerra ni un mandato patriótico, y que las acusaciones no eran fruto de gobiernos de izquierda que buscaban venganza. Todo era distinto a lo que les habían dicho en sus casas. Y algo más, tan triste como perturbador: las manos que las habían acariciado o golpeado durante la infancia no eran las manos de un padre patriota, sino que eran las manos de un padre asesino.

Entonces, como la misma Antígona, esas hijas e hijos se vieron ante el dilema de permanecer en el interior de esa burbuja familiar que las había mantenido sumidas en la obediencia y la ingenuidad o romperla en mil pedazos para buscar la verdad, y enfrentar el desafío de ser ellas mismas.

​Desobediencia de vida. Familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia

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“Entonces surgió una nueva voz. Inesperada. Incómoda para los propios genocidas, sorpresiva para los sobrevivientes, pero irremplazable y fundamental para la sociedad que había sufrido esos crímenes que al fin empezaban a juzgarse.

Así como durante la dictadura las Madres y Abuelas de la plaza les preguntaban a los genocidas dónde estaban sus hijos y sus nietos, tres décadas más tarde otras mujeres, más jóvenes pero con la misma determinación que las primeras, también comenzaron a hacer preguntas: “¿por qué te acusan de asesino? ¿por qué estás preso, papá?” (...)

Y empezaron a desconfiar. Así, poco a poco esas hijas, a las que luego se unieron hijos y hermanos, fueron descubriendo que no había habido una guerra ni un mandato patriótico, y que las acusaciones no eran fruto de gobiernos de izquierda que buscaban venganza. Todo era distinto a lo que les habían dicho en sus casas. Y algo más, tan triste como perturbador: las manos que las habían acariciado o golpeado durante la infancia no eran las manos de un padre patriota, sino que eran las manos de un padre asesino.

Entonces, como la misma Antígona, esas hijas e hijos se vieron ante el dilema de permanecer en el interior de esa burbuja familiar que las había mantenido sumidas en la obediencia y la ingenuidad o romperla en mil pedazos para buscar la verdad, y enfrentar el desafío de ser ellas mismas.