Tres generaciones de mujeres que son, en algún punto, un mapa para entender nuestra historia reciente. Mujeres a las que sus hombres, en el mejor de los casos, les reservaban un lugar en el olvido.
Mujeres que subvirtieron de a poco esos mandatos. Mujeres que parieron con dolor, que amaron y criaron a sus hijos, que fueron vulneradas por las manos ásperas en la oscuridad, que se adueñaron de sus cuerpos a pesar de todo. Mujeres a las que les robaron la voz y que, con el tiempo, pero sobre todo con el despertar de la conciencia, pusieron en palabras sus historias. Mujeres que se abortaron del vientre de la sociedad que las gestaba pasivas, sumisas. Esas que leemos en las páginas de esta novela. Mujeres capaces de todo. Malparidas.
Malparidas también es una novela sobre los cuerpos que, por momentos, son el territorio de la disputa política de los otros. Pero también propia. Cuerpos que son violentados, cuerpos que se transforman y son transformados, cuerpos que se independizan de los mandatos. Esos cuerpos que, generación a generación, sienten el legado de lo sufrido/aprendido, pero que deben, a veces incluso aunque no quieran, seguir aprendiendo/sufriendo.
En ese cruce de lo personal y lo político es donde la novela se expande. El peronismo aparece como telón de fondo, como el contexto en el que la historia familiar se desarrolla. Y no puede ser de otra manera: las mujeres que nos narra Bericat son de familia de trabajadores de un pueblo de la provincia de La Pampa, de radios encendidas a la espera de las noticias, del luto por la Evita santa, del llanto ante las bombas que caen del cielo con la leyenda Cristo Vence. Son mujeres que se enamoran en Plaza de Mayo, bajo las banderas militantes; son mujeres también que extrañan a sus hijos exiliados. Son, en definitiva, mujeres argentinas, populares, peronistas. Abuelas, madres, hijas. Hermanas, amigas. Todas malparidas, con honor.
Juan Carrá, en el prólogo

MALPARIDAS

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Tres generaciones de mujeres que son, en algún punto, un mapa para entender nuestra historia reciente. Mujeres a las que sus hombres, en el mejor de los casos, les reservaban un lugar en el olvido.
Mujeres que subvirtieron de a poco esos mandatos. Mujeres que parieron con dolor, que amaron y criaron a sus hijos, que fueron vulneradas por las manos ásperas en la oscuridad, que se adueñaron de sus cuerpos a pesar de todo. Mujeres a las que les robaron la voz y que, con el tiempo, pero sobre todo con el despertar de la conciencia, pusieron en palabras sus historias. Mujeres que se abortaron del vientre de la sociedad que las gestaba pasivas, sumisas. Esas que leemos en las páginas de esta novela. Mujeres capaces de todo. Malparidas.
Malparidas también es una novela sobre los cuerpos que, por momentos, son el territorio de la disputa política de los otros. Pero también propia. Cuerpos que son violentados, cuerpos que se transforman y son transformados, cuerpos que se independizan de los mandatos. Esos cuerpos que, generación a generación, sienten el legado de lo sufrido/aprendido, pero que deben, a veces incluso aunque no quieran, seguir aprendiendo/sufriendo.
En ese cruce de lo personal y lo político es donde la novela se expande. El peronismo aparece como telón de fondo, como el contexto en el que la historia familiar se desarrolla. Y no puede ser de otra manera: las mujeres que nos narra Bericat son de familia de trabajadores de un pueblo de la provincia de La Pampa, de radios encendidas a la espera de las noticias, del luto por la Evita santa, del llanto ante las bombas que caen del cielo con la leyenda Cristo Vence. Son mujeres que se enamoran en Plaza de Mayo, bajo las banderas militantes; son mujeres también que extrañan a sus hijos exiliados. Son, en definitiva, mujeres argentinas, populares, peronistas. Abuelas, madres, hijas. Hermanas, amigas. Todas malparidas, con honor.
Juan Carrá, en el prólogo